
Mi abuela paterna, Araceli, conocía todo tipo de refranes antiguos y de canciones populares . Llamaban poderosamente la atención de mi imaginación infantil los refranes relacionados con los meses del año. La recuerdo sentada en el borde de mi cama, recitando, como si de un poema se tratase: "En enero cría agua el reguero; en marzo, ñalarzo, en abril, gubril; en mayo, papagayo; y en junio y julio echolos pol mundo; en agosto, frío el rostro; ".Y yo le preguntaba, ansioso, qué pasaba en febrero, o en septiembre. Y siempre tenía algún dicho antiguo preparado para responder. Y ejercían los refranes sobre mi mente exciada un influjo de sabiduría arcana y sagrada, como un diccionario oral y anónimo de la sabiduría de nuestros antepasados sobre el hombre, sobre la vida y sobre cualquier cosa.Mi abuela murió de cáncer hace ya varios años. Sigue presente de muchas formas en la memoria colectiva de la familia. Y ahora es ella la que vive al lado de todos los dichos y refranes populares que ella me contaba, en el mismo lugar donde éstos se alojan, como en un cielo colectivo donde quedan escritas nuestras experiencia. Y es ella quien me recuerda el refrán exacto cuando la vida me pone en alguno de sus jaques. Como un mito griego pequeño y anónimo encarnando una trayectoria de sabiduría vital y cotidiana, feliz cuidando de su trocito de huerto y de sus gallinas, y aprendiendo nuevos refranes e historias de los enormes mitos y sus gestas con los que convive para contármelos algún día a mí y al rsto de sus nietos el día que nos reencontremos.
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