lunes, 23 de junio de 2008

¿Dios como explicación última?

Cuando hablamos del tema de Dios, podemos hacerlo desde diferentes frentes teóricos. Podemos pensar en Dios desde un punto de vista ontológico (ínvestigación acerca de lo que hay en el fondo, de las cosas últimas que explican todo lo demás). Pensado de este modo Dios se convierte en explicación ontológica última, en hipótesis última de cómo se formó el mundo y todo en general.

Pero la hipótesis según la cual Dios es el origen de todo, plantea a su vez la pregunta de cuál es el origen de Dios. Y si respondemos diciendo que Dios no tiene origen, estamos suponiendo que el universo tiene que tener un origen pero que Dios no tiene por qué tener un origen. Y este aspecto no parece razonable. Si Dios es el origen de todo, habrá que explicar, a continuación, cuál es el origen de Dios. Pero no sólo cuál es su origen, sino su naturaleza, sus cualidades, etc. Es como explicar el universo diciendo que un universo inteligente, que se encuentra como por detrás de éste, creó a éste. Dicha respuesta sólo traslada de lugar el mismo problema sin explicar. Es como explicar el movimiento de un caballo diciendo que tiene caballitos pequeños en sus patas. Bien, ¿pero cómo se mueven a su vez dichos caballitos? ¿Por otros caballitos aún mas pequeños?.

Por eso yo nunca he considerado a Dios como la explicación última de nada. Alguien llamó a Dios, el cancelador universal de todas las preguntas de interés humano. ¿Quién soy? Hijo de Dios. ¿Qué es la vida? El camino para demostrar tu amor a Dios. Etc.
Con esto no te invito a que dejes de preguntarte cosas acerca de Dios, sino a que nunca dejes de preguntarte cosas más allá de las respuestas cómodas y tradicionales.

Pero también podemos plantearnos el tema de dios como explicación escatológica, esto es, acerca del horizonte que subsiste después de la vida humana. Se dice que Dios da sentido a la vida humana, porque si Dios existe, yo sé qué es la vida y cómo termina, y que hay algo más allá de la vida, que da esperanaza y sentido. Y eso da sentido a la vida, porque de otro modo todo parace sumirse en el absurdo de que nada vale la pena, nada significa nada, etc. Se usa la metáfora del horizonte para representar este conjunto de ideas. Y se dice que Dios es el horizonte último de sentido.
Pienso que Dios no aclara nada acerca de si existe un más allá. Dios resulta ser una realidad tan opaca, tan misteriosa, tan alejada de nuestro conocimiento e investigación, que es difícil encontrar en Él respuestas sólidas y convincentes acerca de nada. Tenemos la opción de creernos lo que dicen los textos que hablan de Dios o de creernos lo que dicen sus representantes, pero tanto unos como otros nos remiten a creencias de personas con cualidades supuestamente sobrenaturales que no pueden aportar ninguna prueba ni de sus cualidades metafísicas ni de sus explicaciones sobre Dios. Por ello a la postre no tienes ninguna razón objetiva para creerles, excepto que partamos de la base que tienen algún tipo de comunicación con Dios y que por lo tanto debemos crerles. Pero eso a su vez nos pone en la tesitura investigadora de preguntarnos por qué creerles a ellos más que a otros videntes, adivinos, etc, cuando todos dicen ser portadores de la auténtica sabiduría de lo que Dios dice o deja de decir.

También podemos pensar el tema de dios como explicación ética última, acerca de cómo debemos vivir, esto es, acerca de cómo debemos comportarnos. Respecto a este tema pienso, igualmente, que Dios no aporta la respuesta ultima. Supongamos que tenemos un modo de acceder a un tipo de evidencia sobrenatural que nos revela qué conductas aprueba dios y cuáles reprueba, pero seguirá albergándonos la duda sobre la verdad o no de dichas leyes divinas, sobre por qué esas leyes y no otras. Quiero decir que si aparece en nuestras vidas un ser magnánimo y poderorísimo que dice ser Dios, ¿debemos creerle?. Puede tratarse de un genio maligno que intenta arrastrarnos por el camino del mal utilizando para ello todo tipo de argucias. Pero en el supuesto de que obrase milagros delante de nuestros ojos para demostrarnoslo, y en el supuesto que demostrase su bondad suprema para despejarnos todas las dudas acerca de que realmente es dios, aún así eso no probaría nada, porque para saber que sus obras son buenas, debemos tener la capacidad por nosotros mismos de reconocer que son buenas, esto es, tener algún modo de averiguar por nosotros mismos que realmente esos actos son indiscutiblemente buenos. Y si partimos de que podemos averiguar qué es el bien al margen de Dios, Dios resulta superfluo como éxplicación ética última. Y si asumimos nuestra incapacidad para averiguar por nosotros mismos qué es el bien, entonces tampoco Dios podría evidenciarnos qué es el bien.
Supongasmos que Dios intenta persuadirnos mediante razonamientos clarísimos qué es el bien, pero entonces esos actos habrá que reconocer que son buenos no porque lo dice Dios, sino porque son los mas evidentes y razonables, de acuerdo con nuestro entendimiento. Y de nuevo llegamos a que la explicación de Dios resulta vana, superflua, porque Dios no despeja nada, excepto que partamos del supuesto de que ya poseemos por nosotros mismos la capacidad investigadora, razonadora de averiguar qué es el bien. Dicho de otro modo. De cualquier forma que queramos abordar el tema de Dios, éste resulta siempre un misterio tan impenetrable, tan radicalemnte alejado de nuestro conocimiento, qu een ningún caso puede resultar una respuesta definitiva respecto de nada, ni acerca de las cosas, ni acerca de la vida, no acerca de cómo debemos vivirla. Pero también porque por aborrecibles que resulten según qué actos humanos, al final somos nosotros, los seres humanos, los que debemos buscar con nuestra limitaciones y capacidades, el modo de responder a ellas y el modo de progresar éticamente en nuestra historia y nuestro furturo. Pensar en Dios como guía de nuestro conocimiento y de nuestros actos es por un lado la renuncia a nuestro reconocimiento como mentes investigadoras capaces por sí mismas, pero por otro lado es sumirnos en un vacío teórico que nos deja expuestos y sin herramientas frente a fanáticos, videntes, iluninados, a la hora de guiar nuestras vidas y nuestro futuro.

Ta.

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